la (guanaca) costa brava
La Costa Brava evoca de inmediato las calles de Cadaqués, el agua cristalina del Port de la Selva o la multinacional playa de Blanes. Postales de la costa catalana, en definitiva. Claro que, desde hace algunos años, Google apunta también la existencia de un grupo indie-pop liderado por Sergio Algora y Fran Fernández (es bueno, escúchenlo).
En todo caso, lo último que espera uno recorriendo El Salvador es toparse con una Costa Brava aquí también, bañada por aguas del Océano (no tan) Pacífico. Pero así es. Y el artífice es Manel Anglés, un catalán de cincuentaitantos nacido en Castellfollit (la Garrotxa, Girona) que lleva nueve años en El Salvador.
La (guanaca) Costa Brava, pues, está en la Playa del Zonte, una meca para los surferos de medio mundo ubicada en el kilómetro 53 y medio de la carretera que une El Puerto de la Libertad con la costa occidental de El Salvador. Y es un restaurante que dispone de cabañas para dormir a buen precio, además de una carta en la que se mezclan los típicos combos salvadoreños con la tortilla de patata o la crema catalana, entre otras especialidades casolanes.
Pero Manel no ha vivido siempre del turismo. En Cataluña fue editor de libros de texto durante 20 años, época en la que empezó a cooperar “desde lejos” con El Salvador, en concreto con las comunidades campesinas del Bajo Lempa que –eran años de guerra– vivían como refugiados en Nicaragua.
Ante una buena oferta, Manel vendió su editorial y, en vez de empezar de nuevo con lo mismo, decidió hacerle caso al padre Ángel Arnaiz, un dominico de Burgos, y visitar El Salvador. “Llegué una semana antes que el Mith”, explica. Y se quedó. Primero apoyando la cooperación en la zona del Bajo Lempa: reconstrucciones, institutos con cocina para los niños, autobuses, lavandería (con lavadoras), agua potable...
“Pero llega un momento en el que ves que no puedes seguir viviendo de la nada”, comenta Manel. Un amigo le presentó a los dueños de un ranchito a la orilla de El Zonte, lo alquiló... y montó La Casa de Frida, un lugar parecido a lo que ahora es La Costa Brava, y al frente del cual estuvo durante cuatro años. De hecho La Casa de Frida sigue abierta, sólo que ahora son los dueños del ranchito, quienes la explotan.
El objetivo de Manel era crear un entorno agradable, diferente, a años luz de los chupaderos salvadoreños, en el que se mezclaran turistas nacionales e internacionales con bohemios o gente que, sin más, respetara el ambiente. Y lo ha conseguido. La distancia que separa las impresionantes olas de El Zonte y su arena negra, de los sabrosos licuados y las hamacas que cuelgan de La Costa Brava, es de unos cuantos escalones, no más.
“En El Salvador es muy fácil hacer amigos”, dice Manel. “Con sus pros y sus contras, claro: te juran amor eterno y luego resulta que sólo era una cerveza”. Pero, aunque ya lleva nueve años en El Salvador, “las raíces no las pierdes, construyes encima”. Sigue la actualidad catalana; habla con sus hijos, visita a sus amigos de vez en cuando... y concluye que “lo que allí predomina es un ritmo impuesto”.
“Ellos me dicen que lo que yo hago es vegetar. Y yo digo que ellos se han vuelto unos carcas adoctrinados, que conocen esta realidad pero no la viven”, reflexiona Manel. Filosofía y nostalgias a parte, La Costa Brava es un lugar ideal para disfrutar de la playa, descansar y comer bien (con bastante menos gente que allí, por cierto).
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