el mozote
por Jasmine Campos
Esta semana llegó a mis manos una volante invitando a la conmemoración de las masacres de El Tenango y la Cuesta de Guadalupe, en Guazapa, al norte de San Salvador y de inmediato recordé la deuda que tengo con la más reciente exposición del Museo de la Palabra y la Imagen (MUPI), intitulada “Luciérnagas en el Mozote”, que es una muestra documental con un fuerte componente artístico, sobre la masacre ocurrida en diciembre de 1981, hace ya 25 años, en una comunidad en Morazán.
Videos, fotografías e instalaciones conforman la muestra que, al igual que una publicación que cumplió ya 10 años, lleva el sello del MUPI y recoge las propuestas artísticas de Milton Doño, Natalia Domínguez y la argentina Claudia Bernardi, junto a fotografías de Carlos Henríquez Consalvi y Susan Meiselas tomadas en El Mozote a pocos días del hecho.
Una pequeña instalación que recrea el útero materno, nos permite ver un corto con el que Domínguez alude al lavado de manos de Pilato; la propuesta de Doño reúne una serie de diapositivas colocadas en una caja para lograr efectos de luz y percepción; y el trabajo más impactante es sin duda el de Bernardi, quien conoció El Mozote en 1992, como parte de la Unidad Antropológica Forense de Argentina, que realizó la exhumación en el sitio. Se trata de un trabajo multimedia que inicia con un audio, en el que la artista enlista a decenas de infantes víctimas de la masacre y que se sublimiza por las voces e imágenes de los niños y niñas repobladores de El Mozote, proyectadas sobre ropas blancas de talla infantil que cuelgan vacías en el aire, como el máximo símbolo de las vidas inocentes que se perdieron en la acción.
El primer contacto que tuve con los sucesos de El Mozote fue a través del testimonio de la única sobreviviente de la masacre, Rufina Amaya y de los periodistas Mark Danner y Henríquez Consalvi, recogidos en la publicación del MUPI “sin espíritu de venganza, sin intolerancia ni odios, preservando la memoria histórica para que nunca más se repita la locura de El Mozote”. El contenido fue tan impactante, que sólo de escuchar sobre la muestra se me erizó la piel. Sin embargo, en la exposición la experiencia es catalizada por el arte y se presta para reflexionar, no sólo sobre la locura de la guerra que vivimos en El Salvador, sino sobre el más puro concepto de la paz y la dignidad humana.
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